Cecilio Urgoiti
{mosimage}Nunca podré entender, como cinco caballeros pueden mover las mandíbulas a dos carrillos, mientras a los ciudadanos se les amordaza con una ley de dudosa constitucionalidad. Dice la tradición democrática, originada de las revoluciones francesa y americana, que los derechos fundamentales deben ser tutelados por ese segmento del Estado que son los tribunales de justicia y, en ningún caso, podrán meter baza o asunto los otros dos estamentos estatales que lo conforman.
Vamos, ni el ejecutivo, ni el legislativo, aun teniendo esas mayorías necesarias, de las que a tanta gala nos recrean. Consideran estar henchidos de una “legitimidad impropia” de la participación democrática, que la política con sus políticos a la cabeza han ido moldeando para arrogarse una representación que, según ellos, tan solo les obliga a comparecer ante los ciudadanos cada cuatro años, si a España nos referimos. Eso sí, exigen y utilizan de manera descarada un aforamiento que raya la mas grande de las caraduras.
Recuerdo a mi madre, que en la mayoría de las ocasiones que hacía la colada, en una lavadora circular que había que agregarle el agua y el detergente y al ponerla en marcha giraba unos segundos a la derecha y otros a la izquierda. También recuerdo que era muy ruidosa y que estaba al lado de la piedra de lavar, en el patio… Pues bien, a lo que vamos, casi siempre se perdía un calcetín, en esos momentos se formaba un revuelo y todos a buscar el calcetín y no aparecía. Yo siempre pensé que la prenda se iba al país de nunca jamás y mientras mi madre se enfadaba mucho, a mí no se me ocurría decirlo, por si las moscas.
En la actual España las lavadoras tienen unos programas informáticos que superan con creces la capacidad en megabytes que llevaba el Apolo XII. Pero mira por dónde, en vez de perder calcetines pierden mantas tan grandes que, si las comparamos con la libertad de expresión, son tan necesarias en invierno como la libertad para la vida en democracia.
Esa libertad de expresión fue algo que a finales de los 70 del pasado siglo nos deslumbró y fuimos ciegos a dar un sí al referéndum de la Constitución del 78. Ahora bien, si en estas actuales circunstancias se nos hace desaparecer la manta y no el calcetín, el país del nunca jamás no será un lugar de cuento. Se podrá convertir en ese deseado lugar donde recuerdo que la política es para servir y no servirse, cosa que hasta ahora no ha sido la constante de nuestra reciente historia, donde se confunde el término de democracia participativa con aquella expresión de “democracia orgánica” que los franquistas llevaron por el mundo, tratando de hacer creer que la dictadura no existía y nuestra vida política era una avanzada y próspera democracia. Dijo el fundador de Falange “que el más notable destino de las urnas es romperlas”.
No creo que aquí, en esta nación, se quiera llegar a esa máxima, propia del fascismo más atroz. Pero, ojo, se está caminando de una forma donde, cada día que pasa, ves muy poca ética política y se te van prohibiendo todos los derechos fundamentales por la vía legislativa, pero como normas gubernamentales y no amparadas constitucionalmente. Es peligroso para la democracia silenciar al pueblo y además ir saqueándole cada derecho fundamental, bajo la premisa de una Europa predominada por un neoliberalismo que nos atosiga, nos miente y quita ahora la libertad. En ningún otro país se ha visto tal desaguisado y a esta España mariana hasta la ONU le reclama a nuestro Mariano que retire esa ley que amenaza con silenciar al pueblo, bajo multa económica, sin que la administración de justicia actúe en primera instancia. Salud, república y laicismo.