Carlos Martínez. Miembro de Alternativa Socialista y del consejo científico de Attac España
{mosimage}Tras estas últimas elecciones municipales y autonómicas se han abierto grietas en el hasta ahora inamovible panorama político del estado español. Pero sin embargo nada está frenando la cada vez más profundamente injusta y desigual sociedad española, que tras la crisis financiera de 2008 se nos está construyendo. La oligarquía campa tranquila pues se ha visto alejada del ojo del huracán.
El imperio de las multinacionales y grandes empresas y bancos privados globalizado, impone sus condiciones y es consciente de que se puede saltar la soberanía, no nacional, a mí eso me da lo mismo, sino la soberanía popular, que es la importante. Esa soberanía popular que por ahora tan solo se puede ejercer en el seno de estados nación, está siendo laminada. A la oligarquía radicada en el estado español, siempre le quedará la Unión Europea, el Banco Central Europeo, los tratados internacionales, el FMI o los proyectos en avanzado estado de aprobación como son el TTIP o el TISA como muro de contención y salvaguardia de sus beneficios y su poder. El TTIP y el TISA convertirán en “ilegal” a cualquier veleidad socialdemócrata.
Nuestros clásicos en la izquierda, los socialistas y socialdemócratas de origen marxista siempre supieron que lucha de clases, critica al capitalismo y las demandas de una nueva sociedad justa e igualitaria, iban unidas a organización de la clase obrera, la construcción de fuertes partidos obreros y más fuertes todavía sindicatos de clase. Solo combinando ambas cuestiones (movilización sindical y social junto a la acción parlamentaria y municipal), los partidos obreros lograron en Europa, el voto universal, regulaciones laborales, seguridad social y educación y salud publicas junto con importantes palancas redistribuidoras, que hace unos años nos parecían a veces tibias y a medio gas, pero que hoy volvemos a reivindicar con fuerza. Ninguna conquista realizada por una izquierda que creía en la lucha de clases y protagonizó grandes huelgas generales o accedió a gobiernos, ya sea por las urnas o por revoluciones, nos es hoy pequeña o menospreciable. No. Puesto que muchos piden el voto rememorando aquellas luchas. Pero no aquellas prácticas. Lo cual nos deja tan solo con la mitad de la naranja.
La propia transición española, que la publicidad sistémica y monárquica, nos vende como un éxito del Rey Juan Carlos y de Adolfo Suarez, que se quedó a medio gas y por ser pactada no se resolvieron muchos problemas y repararon injusticias, pero fue sin embargo el logro de un pueblo movilizado con cientos de miles de huelgas obreras (Un movimiento huelguístico de la clase obrera que llegó a ser el mayor de Europa)y un movimiento estudiantil activo y en la calle, solidario con las luchas de las y los trabajadores.
Finalmente en 1982 el pueblo trabajador logró una gran victoria electoral, fruto no solo del felipismo, sino de las profundas ansias de cambio y bienestar de las clases populares aunque a la postre, esta victoria condujo a una frustración no superada, precisamente por la desmovilización de las clases populares y trabajadoras. La burocratización de los sindicatos de clase, que permitieron ya entonces una profunda reconversión industrial al objeto de entrar en la Unión Europea a cambio de desmantelar la industria pesada española. A pesar de lo cual, el estado del bienestar en un principio consiguió grandes avances, finalmente ralentizados y luego frenados. Pero la necesidad de legitimar el estado y la presión social, consiguieron avances que hoy, se nos roban.
Ahora tras el gran fracaso de las políticas neoliberales y de la economía casino, que nos condujo a la crisis del 2008, por culpa de la política neoconservadora impulsada desde los EE.UU y la Gran Bretaña con la necesaria complicidad de una socialdemocracia ya descafeinada y sumida en la traición conocida como la tercera vía, consentimos una desigualdad decimonónica. Este fracaso del capitalismo financiarizado para las personas, -que no para sus impulsores-, ha arrojado al paro a millones de personas, empobrecido a las clases populares y tan solo se ha aplicado un keynesianismo de guerra, impulsando la desestabilización de estados productores de crudo, que al igual que la economía casino, están siendo la historia de un fracaso del capitalismo, que sin embargo las clases populares sustentan. Nunca en la historia ha habido una transferencia de rentas tan grande y desequilibrada de los pobres en favor de los ricos.
La gran burguesía, los grandes empresarios, los banqueros, las grandes fortunas imponen su modelo social y hacen creer a millones de personas, que el estado social es inviable y no podemos sustentar un buen estado del bienestar. Que para crear empleo, hay que rebajar salarios, reducir derechos laborales, acabar con los contratos fijos, liquidar las cotizaciones sociales empresariales y rebajar los impuestos a los ricos y grandes. Es la victoria neoliberal impuesta desde sus medios de dominación cultural.
Pero en España ¿Qué? En todo lo escrito anteriormente España está presente, de hecho es la referencia central. Pero la izquierda y los movimientos sociales deben volver a situar el problema donde está. Es el dominio oligárquico lo que ha convertido al Estado, en un nicho de negocio más. Es hacer de los servicios públicos negocio. Es a costa de nuestro IRPF y el IVA una fuente de lucro para las oligarquías, obteniendo dadivas de lo público y a cambio de calderilla en sobornos conseguir privatizar los servicios municipales, autonómicos y estatales y ahora volver a hacer negocio, con las remunicipalizaciones y las recuperaciones de servicios, porque la banca nunca pierde. Es el poder oligárquico injusto, el dogal a romper.
No podemos hablar de democracia mientras grandes poderes no electos dominan. No es solo la fuerza electoral la que va a vencer a poderosas fuerzas del mercado, que extorsionan y chantajean. No podemos exigir que los ayuntamientos y autonomías financien y apoyen a familias sin recursos para pagar la energía y no meter mano a las compañías eléctricas que cobran la luz a veinticuatro veces más cara de lo que les cuesta producirla. No podemos obligar a lo público a pagar los abusos de las empresas privadas energéticas. Hay que apoyar a las familias sin recursos, sí. Hay que conseguir una renta garantizada contra la exclusión social, sí. Pero hay que nacionalizar la energía y hacer del servicio público algo público.
Del buenismo a la acción política del reparto y el control de la economía. Los postulados de la socialdemocracia clásica de los partidos obreros son hoy revolucionarios. La oligarquía dará la batalla, claro, pero sin sueños en una sociedad de las y los iguales, no les venceremos. El capitalismo es corrupto por naturaleza. No somos franciscanos, con todo respeto. No somos una gigantesca Cáritas, somos transformadoras y transformadores. El asunto no es gestionar mejor, es cambiar y sobre todo comenzar identificar y acotar el papel de los oligarcas y de los centros reales de poder.