Francí Xavier Muñoz
{mosimage}A dos días de las elecciones municipales y autonómicas, todas las encuestas coinciden en vislumbrar un escenario político novedoso, por la entrada en las instituciones de dos nuevas formaciones políticas, Podemos y Ciudadanos, que vendrían no solo a resquebrajar el bipartidismo imperante desde 1982 sino, además, a sustituir a otras dos formaciones políticas, IU y UPyD, que en los años de la crisis económica no han sabido capitalizar adecuadamente las nuevas demandas políticas de los ciudadanos perjudicados y hastiados por dicha crisis y sus soluciones.
Cuando en 2011 escuchábamos a dirigentes del PSOE y del PP pedir al 15-M que se organizara políticamente, pocos sospechábamos que una gran parte de dicho movimiento daría el salto a la política tres años después y concurriría a las elecciones en un nuevo partido, Podemos, que ha suscitado el interés de una parte del centro-izquierda, decepcionada con las acciones de gobierno del PSOE y con la vocación de oposición sempiterna de IU. Sin embargo, aquella demanda de articulación política para el 15-M era solo una pose más de quienes estaban acostumbrados a gestionar el poder político en solitario en los últimos treinta años, pues en cuanto Podemos entró en el Parlamento Europeo saltaron todas las alarmas y el tripartito (PP-PSOE-IBEX35) puso en marcha toda la maquinaria mediática necesaria para desinflar el fenómeno Podemos. Desde la recuperación de la democracia en 1977 no se había visto un ataque frontal contra un partido político como el que se ha desplegado contra Podemos. Ni siquiera el CDS de Suárez o el PRD de Roca suscitaron tanta atención y preocupación de los poderes político, económico y mediático. Sin embargo, éstos no se han quedado quietos viendo cómo sus ataques, en lugar de debilitar, fortalecían a Podemos, y a pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas, según algunos analistas, dichos poderes han alentado la expansión territorial de Ciudadanos, el Podemos de derechas que demandaba el presidente del Banco de Sabadell. Claro que también hay analistas que ven la sombra del PSOE detrás de dicha expansión.
Sea como fuere, el caso es que quienes creemos en el pluralismo político como valor superior del ordenamiento jurídico y, por tanto, en el artículo 1 de la Constitución Española, estamos de enhorabuena, pues nada de pluralista tiene el bipartidismo PP-PSOE que nos ha gobernado a los españoles desde 1982. En el fondo, la crisis política derivada de la crisis económica ha aflorado una masa crítica de votantes que antes se abstenían o cambiaban de bipartito cuando se enfadaban con el Gobierno de turno. Esa masa crítica no votaba a otras opciones políticas que, por otro lado, tampoco tenían el suficiente empuje ni la necesaria financiación para hacerse notar en la escena política y mediática estatal. Lo sorprendente de la nueva situación es cómo un gran movimiento social, el generado en torno al 15-M, se ha articulado finalmente como partido político en Podemos, gracias a la indignación y a la donación masivas, y cómo otro partido ya existente, Ciudadanos, ha recabado en tiempo récord la financiación necesaria para expandirse de Cataluña a toda España y, además, para concurrir a las muy complejas elecciones municipales y autonómicas. Podemos y Ciudadanos son, sin duda, dos fenómenos políticos y sociales que llenarán muchas páginas de sesudos estudios y análisis, pues creo que a todos nos ha sorprendido la rápida e inesperada puesta en marcha de sus proyectos, con una inusual acogida entre los electores. Quizá todo se deba, como dicen algunos, a la profundísima brecha que se ha abierto entre los españoles de bien y sus representantes políticos tradicionales. Otros dicen, sin embargo, que tanto detrás de Podemos como de Ciudadanos están los mismos de siempre, es decir, los poderes fácticos tradicionales que, ahora, habrían decidido recambiar a PP y PSOE, partidos que ya no sirven para el mantenimiento del sistema, pues no son receptivos a las nuevas demandas políticas de una ciudadanía que ha despertado del letargo y ha descubierto cosas que no sabía.
Sin embargo, aunque el panorama político que se abre actualmente sea novedoso, no es en modo alguno nuevo, pues 2015 supone de alguna forma el regreso a 1977, entre otras fechas históricas, ya que en las elecciones de aquel año, las primeras democráticas después de una larguísima dictadura, cuatro formaciones políticas de ámbito estatal se hicieron necesarias e importantes para el devenir político: UCD, PSOE, AP y PCE, ocupando cada una de ellas el espacio ideológico más representativo a la izquierda (PCE), a la derecha (AP), al centro-izquierda (PSOE) y al centro-derecha (UCD); un esquema muy parecido al de 2015, aunque salvando las distancias entre un momento histórico y otro, pues en 1977 las diferencias ideológicas eran más acusadas que ahora. Además, en 2015 seguimos contando, de momento, con otras dos formaciones políticas de ámbito estatal, IU y UPyD, que vendrían a completar un escenario político más parecido al de los países centrales y nórdicos de Europa que a los mediterráneos.
Pero nos podríamos remitir a otros períodos históricos en los que las preferencias políticas de los españoles se dispersaron entre varios partidos, como ocurrió durante la Segunda República o en la segunda mitad del siglo XIX, cuando del Partido Moderado se desgajó la Unión Liberal, y del Partido Progresista se desgajó el Partido Demócrata. También durante la Restauración canovista, de 1876 a 1931, hubo más de dos partidos en las Cortes, aunque solo dos, el Conservador y el Liberal, se repartieron los sucesivos gobiernos mediante un sistema electoral amañado que conformaba los resultados según las necesidades de Gobierno para uno u otro partido.
Creo que los españoles, como en otras ocasiones de nuestra Historia, hemos decidido recuperar la centralidad política, no entendiendo como tal la manifestación partidista de una tercera España situada en la moderación y en el centro ideológico, que ya existía incluso en el siglo XIX y que daba las victorias electorales a liberales conservadores o a liberales progresistas -según hubieran gobernado unos u otros- y que también apoyaba, bien un golpe de Estado conservador, bien un pronunciamiento militar progresista, según esa tercera España moderada y centrada entendía que fuera necesario un giro hacia un lado o hacia el otro.
Se puede entender la centralidad política como la recuperación de los valores higiénicos democráticos que “centran” el sistema político, es decir, que lo rescatan de la desidia o la corrupción extremas al que lo conducen fuerzas políticas hegemónicas, acostumbradas durante años o décadas a monopolizar el juego político. De esta manera, la centralidad no sería tanto la vuelta al centro como sí la ruptura de la bipolaridad derecha-izquierda que capitalizaban PP y PSOE. Devolver la centralidad al sistema político sería algo así como librarlo de quienes lo han patrimonializado en beneficio de intereses particulares o partidistas. Devolver la centralidad al sistema político sería algo así como entregarlo a sus más legítimos propietarios, los ciudadanos y no los partidos, para que aquéllos gestionen y controlen a éstos, y no al contrario, de forma que la política vuelva a ser el eje central (de ahí, “centralidad”) para la resolución de los problemas de la mayoría social o de la inmensa mayoría. El próximo domingo 24 de mayo los españoles tenemos otra oportunidad histórica para “centralizar” nuestro sistema político, es decir, para sacudirlo y limpiarlo de polvo y caspa, quitando el poder absoluto a los partidos que han manoseado nuestra democracia durante décadas -PP y PSOE- y abriéndola a una más amplia participación de la ciudadanía a través de una expresión más plural de las demandas políticas que representan Podemos y Ciudadanos, y también, aunque ahora en menor medida, IU y UPyD.