Francí Xavier Muñoz. Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial
{mosimage}Finalmente y contra todo pronóstico, el próximo domingo 25 de enero se celebrarán elecciones legislativas en Grecia, tras el fracaso del actual primer ministro, Antonis Samarás, en conseguir que el Parlamento griego aprobara la elección de su candidato a la Presidencia de la República griega. Desde su aparición hasta hoy, la coalición de izquierdas Syriza no ha dejado de crecer y, por fin, se sitúa en las encuestas como la opción favorita para la mayoría de los griegos.
En esta ocasión, las élites financieras europeas han vuelto a movilizar a las élites políticas y mediáticas para desplegar una nueva campaña del miedo, destinada a evitar la victoria de Syriza en las elecciones del 25 de enero. En el terreno político y mediático, neoliberales y social-liberales apuestan por Nueva Democracia, el único partido, junto con los neo-nazis de Amanecer Dorado, que aseguraría los privilegios e intereses de las grandes corporaciones financiero-empresariales, que son las que tienen en Europa el mando último de las decisiones económicas trascendentales. Las élites financieras ya sueñan con un gobierno de coalición entre estas dos formaciones políticas, si Syriza no obtuviera mayoría absoluta o no consiguiera formar una coalición de gobierno con otros partidos. Contra Syriza, al igual que con Podemos en España, se despliega permanentemente una campaña de desprestigio con el único fin de evitar que estas formaciones lleguen al poder y cuestionen la estructura política que ha dado cobertura en democracias formales a un modelo de autocracia económica, impuesta por las grandes corporaciones, en el que gobiernos y parlamentos elegidos en las urnas son doblegados para gobernar y legislar de acuerdo a los intereses de los grandes capitales.
No han aprendido mucho los europeos desde los años treinta del siglo veinte. Entonces, en algunos países emergió una masa social obrera numerosa e ideologizada (Alemania, Italia, España…). Las élites financiero-empresariales temieron por la posible conversión de dichos países al comunismo y su dictadura del proletariado, tal como había ocurrido en la vecina Rusia. Dichas élites financiaron a partidos y movimientos fascistas que, con un lenguaje engañoso, se dirigían a los obreros prometiéndoles la salida de la Gran Depresión de 1929. Dichas élites sabían que sólo el poder político les seguiría asegurando su poder económico, pero primero había que convencer al pueblo con las armas de la democracia y, una vez convencido, había que vencerlo por la fuerza de las armas para desterrar cualquier posibilidad de gobierno obrero que redujera el poder de las grandes corporaciones que acaparaban la práctica totalidad de la producción económica. Así fue cómo grandes banqueros y grandes empresarios, linajes seculares en sectores estratégicos de las economías nacionales, financiaron a Hitler, Mussolini y Franco en sus ambiciones políticas que, aunque luego a muchos sorprendiera por sus virajes dictatoriales, resultaron a la postre mucho más beneficiosas para los intereses económicos de las élites que las democracias que aquéllas pretendieron salvar del comunismo.
Hoy, el fascismo económico exhibe otras cartas, pero la baraja se sigue repartiendo para el mismo juego: preservar los intereses de las grandes corporaciones financiero-empresariales y, para ello, hay que preservar el sistema bipartidista que se reparten neoliberales y social-liberales en estas democracias formales que la crisis ha desnudado en todo su autoritarismo. Hoy, los cambios de gobierno se dirimen en la urna democrática y no en el campo de batalla, pero a esa urna se llega condicionado por una serie de mensajes y presiones que llegan al ciudadano-elector desde diversos ángulos y medios y que pretenden atemorizarlo para convencerlo de que “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” o, en el peor de los casos, “que vale la pena cambiarlo todo para que nada cambie”. Así, las élites financieras dominan los grandes medios de comunicación, los grandes partidos moderados, las universidades más influyentes, los mercados financieros… toda una red con la que se teje una inmensa tela de araña que atrapa al ciudadano medio, modestamente informado, en una decisión última sobre su futuro político que ha sido vapuleada y manipulada hasta la saciedad.
Así, los gobiernos europeos, las instituciones comunitarias, los grandes bancos internacionales, las multinacionales europeas, los medios de comunicación centrados… respaldan públicamente a la Nueva Democacia de Samarás y financian al nuevo partido del exprimer ministro social-liberal Papandreu. Todo vale con tal de influir en el voto de los griegos, evitando la victoria de Syriza. El devenir de Grecia está en manos de sus ciudadanos y sólo ellos decidirán con su voto si ceden ante el chantaje de los mercados y sus acólitos o abren una etapa nueva en la que un gobierno decente, que represente los intereses generales del pueblo y no los particulares de las grandes corporaciones, comienza a revertir las reglas del desgobierno democrático que ha llevado al sur de Europa a vivir una nueva época de crisis económica, política y moral como la de los años treinta del siglo veinte.
Si, finalmente, Syriza no gana las elecciones o no consigue formar gobierno, toda la izquierda europea tendrá que trabajar al unísono para explicar a los ciudadanos que otras políticas económicas son posibles, pero tendrá que hacerlo explicando cómo piensa desatar dicha izquierda el nudo gordiano con el que las élites financiero-empresariales atan a los gobiernos y parlamentos democráticos. La soberanía financiera y la política son el reto para esa izquierda europea que quiere gobernar la eurozona de otra manera y, si ahora esa izquierda no vence en Grecia, tendrá que explicar a las atemorizadas clases medias y populares europeas cómo piensa hacer frente a los poderes económicos para que éstos se sujeten a las reglas democráticas y no al contrario, además de explicar también esa izquierda cómo piensa hacer frente en la UE a los gobiernos del centro-norte de Europa que tan complacidamente trabajan para dichos poderos económicos. De lo contrario, la mayoría social se hundirá en la resignación secular que la lleva a huir de bandazos políticos porque, quizás, en el fondo sepa que todavía no ha nacido el sujeto político que tosa a las grandes corporaciones, aunque dicha mayoría social sepa, por otro lado que dicho sujeto no puede ser individual sino colectivo y que es el mismo pueblo -unido, formado e informado- quien puede doblegar a las élites financiero-empresariales que llevan siglos dominando la política. Se consiguió en momentos puntuales de la Historia (el último, posiblemente, el que alumbró el Estado del bienestar), así que el próximo domingo 25 podemos estar ante el inicio de uno de esos momentos que invierten el peso de los poderes fácticos en el Estado democrático.