EL BAR DE PEPE
Joaquín Hernández. Miembro del foro de periodistas por la paz y contra el terrorismo.
{mosimage}Justificar un acto terrorista es demencial. Nadie en su sano juicio puede defender la matanza indiscriminada de personas, por lo tanto condeno, como no puede ser de otra forma, los atentados terroristas vengan de donde y del signo que vengan.
No obstante, dicho lo anterior, podríamos analizar el motivo que desencadena tanta locura colectiva, el por qué de ese odio tan inmenso que es capaz de hacer que una persona muera matando. No es un acto improvisado el que ocurrió en Paris, los terroristas islamistas estaban muy bien preparados y adiestrados para cometer el atentado contra el personal de la revista pariesen “Charlie Hebdo”, igual que lo estaban los que derribaron las torres gemelas en New York o los del metro y bus londinense o bien los del atentado en la estación de Atoche y trenes de cercanías en Madrid. Los campos de adiestramiento de terroristas islamistas es bien conocido por los servicios secretos de todos los países, conocen y saben muy bien donde están y qué países les financian y les da cobertura logística y económica.
El movimiento islamista (que a diferencia con el islamismo que es el conjunto de normas y preceptos morales que constituyen la religión de Mahoma) se refiere al integrismo musulmán, El verdadero musulmán afirma que Alá le protege; el islamista considera que es él quien debe proteger a Alá.
El problema entre ambas culturas, occidental y árabe, viene del siglo XII, de las cruzadas, de los caballeros de Ricardo Corazón de León luchando por conquistar tierra santa y liberar Jerusalén de los infieles. Pero el conflicto moderno se acrecienta el 14 de mayo de 1948 con el asentamiento Judío en Palestina y la sucesivas guerras de Israel con el entorno de los países árabes, cientos de miles de muertes inútiles por un trozo de terreno que en lugar de ser un sagrado lugar más bien parece maldito por las fuerzas del mal. Los bombardeos continuos, el lanzamiento de misiles, las atrocidades cometidas por Israel contra los palestinos de la franja de Gaza no tienen ninguna disculpa, como tampoco lo tiene los asesinatos cometidos por Hamás, Al Quaeda, Yihad Islámica, Jema Islamiya o Hezbola liderado por el régimen Iraní.
Pero… ¿cuál es el verdadero engendro que, sin justificar la masacre terrorista, hace que exista este odio cerval que lleva a unos fanáticos a perpetrar tanto daño? La respuesta quizás la tengamos en la venganza que de padres a hijos se ha ido infiltrado en las mentes de millones de personas por culpa de los “daños colaterales” de los ataques con toda clase de ingenios bélicos cometen los estados miembros de las “nuevas cruzadas”, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Israel, España, etc., contra la población civil árabe, mayores, mujeres y niños incluidos. Claro que si el terrorismo es de Estado y las muertes son difíciles de justificar llamaremos a esos actos terroristas “daños colaterales” y nadie se rasgará las vestiduras. No habrá minutos de silencio en los parlamentos europeos, ni condolencias de todos los países occidentales por el trágico asesinato de mujeres y niños, nadie condenará a Israel que utilizando el armamento más sofisticado ataca escuelas y hospitales por la mera sospecha de creer que se encuentra una cedula de Hamás escondida entre niños y enfermos, y aun siendo así es una excusa macabra para justificar un acto terrorista de tan perverso.
Sin justificar lo injustificable ¿por qué justificamos nuestros “daños colaterales” y condenamos los actos “terroristas” de los islamistas asesinos? Acaso la respuesta es que no nos duelen los muertos ajenos, los que nosotros ejecutamos en virtud a la expansión del Estado Israelí en los campos de Gaza. Quizá esté en la incongruencia de políticas “participativas” e incluso de “alianzas” cuando apoyamos a la yihad islamista en Siria en contra del Gobierno establecido o lo hacemos con los talibanes en Afganistán en la guerra contra Rusia, o bien con el salafismo de la rama suní contra Sadan Hussein en Irak o bien contra Gadafi en Libia. De manera que somos aliados de nuestros enemigos cuando el interés es suficiente como para mirar para otro lado.
El odio engendrado de un hijo cuando pierde a su padre por una bomba con la estrella de David o por un misil con la barba del Tío Sam, la corona de su Majestad la Reina, o la canción de la Madelon tiene que traer consecuencias. Las generaciones venideras serán aun más crueles y más vengativas, el tiempo no se llevará el dolor de tanta gente cercenada por el dolor y la espiral de violencia continuara.
Parar el fanatismo provocado por el odio entre unos y otros con más violencia, solo traerá consecuencias imprevisibles de prever. La Ley del Talión “ojo por ojo, diente por diente” no justificará jamás la matanza de inocentes, provenga de quien provenga sólo servirá para aplacar el monstruo de la venganza que tenemos en nuestro interior pero la masacré continuará hasta el día sin retorno.