Manolo Monereo* Cuarto Poder
{mosimage}{mosimage}Audio de la entrevista
Son señales elocuentes, datos de una profunda involución social, de crisis de la política y de decadencia cultural. Lo que estamos oyendo y leyendo sobre Grecia supera con mucho lo conocido hasta el presente. Se está defendiendo casi unánimemente el derecho y el deber a la injerencia de las instituciones de la Unión Europea (especialmente Alemania) en las elecciones griegas.
No sé si a estas alturas nos estamos dando cuenta todos y todas qué tipo de construcción política y de forma de dominio es la Unión Europea, esto que en el lenguaje usual se llama Europa. Por lo pronto, el pensamiento único ha devenido en política única y con ello, el neoliberalismo y sus técnicas de poder se convierten en obligatorio para todos los Estados. Las poblaciones, sobre todo las del Sur, ven como se degradan sus condiciones reales de vida y sus libertades materiales se recortan sistemáticamente y, más allá, un tipo de democracia que ya no significa el autogobierno del pueblo.
El caso griego se ha convertido en un ejemplo de lo que son las políticas de austeridad impuestas por los poderes fácticos europeos, es decir, por eso que se llama la Troika. Con el pretexto de rescatar al país de una grave crisis económica y financiera, se le impone un conjunto de medidas de ajuste que supone una enorme degradación de las condiciones de vida y de trabajo de la población, un recorte brutal de las prestaciones públicas y una sustancial disminución del papel regulador y redistribuidor del Estado. Sí, se trata de una guerra y no es nada extraño que viejos resistentes griegos a la invasión alemana así lo pongan de manifiesto. Una guerra de clases declarada por los poderosos e impuesta a las poblaciones bajo el chantaje de la deuda.
En Grecia se ha ido construyendo una alternativa. No ha resultado fácil. Cuando un régimen político se hunde y el sistema de partidos estalla, la confusión crece y el desencanto se generaliza, no resulta fácil organizar la esperanza y convertirla en política. Syriza parece que lo está consiguiendo y que puede ser la ganadora de las próximas elecciones con un programa, hay que insistir sobre esto, realista y hasta moderado pero defendiendo la dignidad de un pueblo y la independencia del país.
Crece el temor a que Syriza gane y que con ello entre en crisis el conjunto de la eurozona. Sorprende que un pequeño país ponga en cuestión a la primera potencia económica del mundo. Lo que Grecia pone de manifiesto es la debilidad estructural de esta Europa del euro y, sobre todo, el enorme poder de decisión y de acción de eso que se llaman los mercados y que no es otra cosa que el dominio del capitalismo monopolista financiero.
Sin embargo, desde un punto de vista democrático y desde las mayorías sociales lo que debería preocuparnos es qué pasará en Grecia si no gana Syriza, es decir que el chantaje haya tenido éxito y que las élites gobernantes de la UE se hayan impuesto. ¿Qué quedará de la democracia en Grecia? ¿Quién defenderá las libertades democráticas cuando estas se disocian de la justicia social y de la igualdad? ¿Quién protegerá al pueblo de la codicia de las clases dominantes?
Estas preguntas hay que hacérselas también pensando en la masacre de París. Francia no es cualquier país. Tiene un Estado fuerte y ha tenido una gran capacidad de integración social. Una sociedad civil robusta, grandes sindicatos y partidos de izquierda y un proyecto como el gaullista, que aseguraba cohesión social e identidad nacional. Veinte años de políticas neoliberales lo han cambiado todo, los grandes sujetos sociales y políticos se han ido disolviendo y desintegrándose las identidades. De los grandes proyectos colectivos no queda mucho y la sensación es de decadencia y de orfandad. Las nuevas generaciones, los hijos de la emigración, tienen enormes dificultades para sentirse parte de una comunidad de hombres y mujeres libres. La relación con el Estado ha ido cambiando y la vida pública se ha degradado mucho.
Francois Hollande llegó a la presidencia prometiendo nuevas relaciones con Europa y con Alemania, reindustrializar el país y poner fin a las políticas de austeridad. Nada de esto se ha hecho y, lo que es peor, con su nuevo primer ministro Valls, está haciendo unas políticas que nunca se atrevió a practicar la derecha. Ahora viene el inmenso mazazo de los asesinatos en París. ¿Qué ocurre cuando en una sociedad no hay alternativa? ¿Qué ocurre en un Estado democrático cuando derecha e izquierda hacen las mismas políticas contrarias a la vida y a la dignidad de la ciudadanía? Marie Le Pen está cerca.
No hay que engañarse. Lo vivimos en los años treinta y esa lección no ha sido aprendida. Toda sociedad reaccionará y lo hará con mucha fuerza cuando sus condiciones como pueblo y Estado son amenazadas radicalmente. Son las políticas neoliberales impuestas por esta Unión Europea alemana las que están poniendo en peligro las libertades y la democracia en nuestros países. No hay nada más que mirar las encuestas para ver que las poblaciones de los países del sur de la UE lo que quieren es protección social, un futuro plausible para las nuevas generaciones y dignidad para sus naciones. Desde los poderes formales e informales se les dice que esto no es posible y que si quieren seguir perteneciendo al selecto club de los países de la Unión Europea tienen que sacrificar sus libertades, degradar sus derechos sociales y convertir la democracia en un simple mecanismo para elegir a aquellos gobernantes que los poderes fácticos desean.
Este es el verdadero dilema griego y, cada vez más, lo será el francés. Las autodenominadas izquierdas cada vez tienen un problema más grande, las relaciones con sus pueblos, con la ciudadanía. Mejor dicho, que tienen que escoger entre seguir siendo serviles administradores de los intereses generales de la burguesía financiera o convertirse en garantes de los derechos de las mayorías. Al final aparece la vieja historia del movimiento obrero organizado, que para defender las libertades y la democracia hay que empeñarse en una lucha dura y terrible contra la plutocracia que nos gobierna.
¿Y si España fuera el eslabón más débil de la cadena del Sur?