Antonio Chamorro. Responsable de la comisión de Medioambiente y Sostenibiliad de IU La Laguna
{mosimage}Pues depende. Si eres una tabaiba del Malpaís de Güimar o un búho chico en Valle Tabares, no sentirás una falta seria del líquido elemento. Si por el contrario eres un terrateniente del plátano o un hotelero orgulloso de su campo de golf, entonces sí pensarás que tenemos una escasez crónica de agua.
El agua es el recurso natural más valioso que existe. No sólo es básico para la supervivencia humana (estamos compuestas en un 75% de agua), sino para el mantenimiento de la biosfera (de la que formamos parte) y de las actividades socioeconómicas.
En Tenerife, el terreno abrupto y la porosidad de los materiales volcánicos han impedido la existencia de caudales superficiales, almacenándose la mayoría del agua dulce en acuíferos subterráneos. Es por ello que desde principios del siglo XX hemos perforado la Isla con cientos de pozos y galerías en busca de este recurso oculto.
Pero hace décadas que el ritmo de extracción está superando al de recarga del acuífero. Esto transforma al agua de recurso renovable a no renovable, disminuyendo año tras año las reservas hídricas dejando inservibles muchos pozos y galerías. Sin embargo, este hecho parece no haber preocupado a la clase gobernante ni a quienes controlan los mercados del agua, desde que han visto la desalación de agua marina como el complemento perfecto a la sobreexplotación del agua subterránea. Su coste ambiental como siempre pasa desapercibido: La energía del proceso se obtiene de quemar petróleo, con las consiguientes emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Realmente este es el precio que debemos pagar para poder sobrevivir? ¿Nuestro bienestar pasa por el agotamiento de nuestros recursos hídricos y una preocupante dependencia de los combustibles fósiles?
Quienes están pagando ese precio sin derecho a réplica son los ecosistemas insulares. El agotamiento del acuífero insular ha hecho prácticamente desaparecer las fuentes y manantiales de agua que antaño eran abundantes. La vegetación y la fauna asociadas a estas corrientes de agua han quedado recluidas a lugares como el barranco de Afur o el de Igueste de San Andrés. También se teme que la reducción del nivel freático afecte a los equilibrios ecológicos de bosques como el pinar o la laurisilva.
Estos impactos, que nos han vendido como inevitables, son consecuencia de unos patrones de consumo y un modelo de desarrollo determinado. ¿Podemos cambiarlos? Sin duda estoy convencido, necesitamos urgentemente una nueva cultura del agua, donde ésta sea valorada como algo más que un recurso económico sometido a la ley de la oferta y la demanda.
Esta nueva cultura, este nuevo enfoque, debe contar con el conocimiento y la participación ciudadana. Debe ser la sociedad en su conjunto quien decida qué entidades (públicas o privadas) deben controlar la extracción y la canalización del agua; qué actividades económicas son compatibles con el mantenimiento en el tiempo del acuífero insular: ¿El plátano, que consume gran cantidad de agua y sólo beneficia a unos cuantos propietarios adictos a las subvenciones europeas? ¿Nos devolverán los magnates hoteleros y los 10 millones de turistas anuales el agua que derrocharon cuando las galerías estén inutilizadas y el petróleo para desalar esté por las nubes?
Lo que es rentable a nivel económico puede que no lo sea en la esfera social y ambiental. Necesitamos actividades económicas cuyas demandas de agua estén adaptadas a las características climáticas de nuestra región. Unos cultivos de bajo consumo hídrico, con sistemas eficientes de riego. Debemos desterrar el césped de campos de golf y jardines, por muchas rentas que generen.
Una adecuada gestión del agua necesita fuertes inversiones públicas para evitar pérdidas en las redes de suministro, que en Canarias suponen casi un tercio del total. Necesitamos sistemas de depuración de las aguas residuales, que lejos de tirar el agua descontaminada al mar, sirva como recurso para el sector agrícola e industrial. Actualmente sólo reutilizamos un 5% del agua depurada.
Pero sobre todo debemos atajar un tipo de consumo que se ha disparado en los últimos años: el de los hogares. En Canarias el consumo medio en 2012 fue de 149 litros por habitante y día, cuando la media estatal se situó en 137 litros.
Este hecho debe hacernos reflexionar si además tenemos en cuenta que la Organización Mundial de la Salud establece 100 litros por habitante y día como el consumo bajo el cual se atienden todas las necesidades básicas de higiene, limpieza, hidratación y alimentación.
Veamos un ejemplo de mi municipio, La Laguna. En 2014 se comenzó a explotar un pozo en la zona de Las Mercedes con un caudal de 100 m3 la hora, 2.400 al día, lo que según el teniente alcalde Abreu permitiría la congelación de la tarifa del agua y evitará la construcción de una planta desaladora en el municipio. ¿Por qué el Ayuntamiento no ha valorado la opción de reducir el consumo en los hogares? Si la población del municipio redujera su consumo de agua hasta el valor recomendado por la OMS, el ahorro sería de 7.500 m3 al día, lo que equivale a tres veces el volumen de agua diario del pozo de Las Mercedes. Vieja cultura del agua.
Debemos preguntarnos qué modelo de gestión del agua queremos. Si uno al estilo de la búsqueda de petróleo (aumento del consumo, agotamiento de yacimiento, búsqueda de otros nuevos), o uno más racional y sostenible, que descanse en la reducción de la demanda como pilar básico.
Porque siempre será más barato (más respetuoso con el medio y más justo con nuestra descendencia) ahorrar un metro cúbico de agua que generar uno nuevo.