Antonio Morales. Alcalde de Agüimes
{mosimage}Estamos de Feria en el Sureste de Gran Canaria. Desde hace once años los agricultores, ganaderos y artesanos de esta comarca exhiben lo mejor de su producción en el mes de noviembre a más de cien mil visitantes. Se trata de una gran fiesta colectiva alrededor de la gente que se mantiene fiel al sector primario. Las avenidas principales de Ingenio, Agüimes y Santa Lucía se convierten cada año en un gran mercado al aire libre para ofrecer una amplia variedad de productos de cercanía. Y se vende mucho.
Estas dos manifestaciones, que giran alrededor del sector primario, me mueven a hacer algunas reflexiones sobre la necesidad de potenciar un sector absolutamente imprescindible para la supervivencia que se encuentra cada vez más fagocitado por los grandes oligopolios agroalimentarios y dejado de la mano de Dios por muchas de las las instituciones obligadas a velar por su existencia.
He repetido hasta la saciedad que la manera más efectiva de hacer frente a la globalización neoliberal que se ha adueñado del mundo es plantar cara desde el ámbito de lo local. La democracia cobra su dimensión más importante desde lo próximo; desde los movimientos vecinales y los ayuntamientos. Es ahí donde se encuentra el auténtico germen de la participación en los asuntos colectivos. Donde se dan las respuestas más inmediatas a las demandas ciudadanistas. La defensa del municipalismo garantiza la soberanía del pueblo sobre los asuntos que más le competen. Y es también desde la cercanía como podemos asegurar otras soberanías necesarias para la supervivencia de esta comunidad canaria aislada en medio del atlántico.
En los últimos años hemos insistido mucho en defender la necesidad de la soberanía energética para Canarias para romper con los monopolios y los cárteles energéticos que potencian nuestra dependencia del exterior; para propiciar un modelo de generación endógeno que avale la autosuficiencia y la independencia energética de esta tierra a través de las renovables. La realidad es que apenas producimos un 6% de energías limpias y tenemos que importar el 94% de lo que consumimos en forma de combustibles fósiles desde el exterior.
Y sucede lo mismo con los alimentos. En la actualidad dependemos en más de un 90% de la importación para abastecernos. Desde hace un par de generaciones en Canarias venimos dando la espalda al mundo rural. Y las razones no son muy distintas a las que se dan en otros lugares del planeta y tiene que ver con el capitalismo salvaje y su afán por acaparar el poder que les confiere controlar las tierras, las materias primas, las semillas, los fertilizantes, los alimentos procesados con enormes daños colaterales para la salud, los precios, la producción… Según Intermón Oxfam, entre 300 y 500 empresas tienen en sus manos el comercio alimentario mundial. De ellas solo diez controlan el 70%. Menos de un 10% de los terratenientes poseen más del 70% de las tierras productivas del mundo. Solo en Europa en apenas ocho años se han perdido tres millones de explotaciones rurales. La especulación, que pone en riesgo la paz mundial, hace que los grandes fondos de inversión acaparen los productos y el mercado para aumentar los precios, lo que ha generado un aumento del número de pobres en 70 millones; que existan más de mil millones de personas en situación de inseguridad alimentaria; que el consumo energético derivado de las producciones masivas y lejanas contribuyan enormemente al calentamiento global y que el precio de los productos se duplique para 2030. El mismo Banco Mundial reconoce en distintos informes que la deriva neoliberal ha debilitado el apoyo público disminuyendo las ayudas, créditos y seguros agrarios con que contaban los agricultores.