Ana Mendoza
{mosimage}Las aguas de Tacoronte van recuperando la calma tras una turbulenta riada. Me afectó profundamente el primer contacto con Antonio y Berta con motivo de un reportaje de ONDA CIT, “la radio en la calle”, donde recogimos datos y testimonios que encogían el corazón por la “salvaje injusticia” perpetrada contra dos ancianos desamparados.
Pero algo no encajaba. Se había desatado un activismo desproporcionado ante un conflicto de lindes entre vecinos mal avenidos; como cientos de casos que se desarrollan de cotidiano sin apenas ruido. Pero el escándalo solidario con los ancianos indefensos rebasaba los límites racionales, e invitaba a contrastar la información recibida en un solo sentido.
No eran lógicas las barbaridades de la Justicia contra dos ancianos que iban a ser desalojados de su vivienda y quedarse en la calle, porque así lo había decidido una jueza, sin sentimientos humanitarios, por “la denuncia falsa” de un vecino desaprensivo. El folletín mediático estaba servido.
Fuentes originales y testimonios ajenos al conflicto fueron desgranando conceptos distintos de los que se movían a pie de calle. Días antes del desalojo definitivo ya conocía la mayor parte de la trayectoria judicial en la que, a lo largo de más de diez años, habían intervenido doce magistrados en tres vistas sucesivas, más la definitiva sin apelación posible, y todas las sentencias unánimemente dictadas en favor de Urbano: el vecino 104.
La parte contraria, al parecer, se empecinó en recurrir todas las sentencias, de la primera a la última, con la seguridad de terminar ganando, en contra del criterio de sus sucesivos abogados, que abandonaban el caso por su inviabilidad para ser sustituidos por otros, con el mismo resultado.
Cuando se investiga un objetivo, suelen aparecer otros datos colaterales con los que no se contaba, pero también son aprovechables para completar el cuadro.
La conclusión de que “los malos no son tan malos, ni los buenos tampoco lo son tanto” era muy difícil de compartir con una masa popular adoctrinada de antemano en un sentido único, con un prejuicio previo e inamovible sobre inocentes y culpable.
La actuación de las plataformas vecinales cayó bajo sospecha cuando intuyeron mis averiguaciones y me quitaron de en medio con malos modos, porque interfería su gestión. Se completó mi reticencia con la intempestiva irrupción de la PAH para liderar la agitación socio-política en vísperas del desalojo. Una deplorable actuación, donde la condición humanitaria quedó en entredicho por insultos, amenazas con fotos en las redes incitando a la violencia contra la jueza, el vecino 104 y su abogado.
También se averiguaron datos económicos del matrimonio desalojado que, lejos de quedarse en la calle, disfruta de un estatus que hoy tiene indignado al alcalde, pues su inquietud por procurarles una vivienda social o solución alternativa a sus penurias, se ha visto sorprendida por una vivienda en propiedad, ya habitable, otra supuesta en el sur, y el respaldo económico de varias pensiones nacionales y extranjeras. Claro, si se miente en algo, por correlación, el resto carece de credibilidad, que empeora por la connivencia con plataformas, extrañamente interesadas en una repercusión mediática excesiva.
En mi contracorriente inicial sufrí rechazo generalizado, insultos y amenazas. En los medios, solo encontré respaldo en los pilares habituales de la información sin reservas. Aunque el resto continuó su línea trazada de antemano, resulta muy gratificante comprobar cómo paulatinamente van surgiendo testimonios de profesionales que saben rectificar criterios cuando descubren que les han engañado; y poco a poco afloran verdades sobre tan lamentable episodio.
Gracias a quienes han estado conmigo desde el principio. Y mi reconocimiento a la calidad profesional de los que van encontrando la verdad con el respeto debido a una opinión pública que lo merece sin ambages. Debe cundir el ejemplo de ustedes en favor de los derechos fundamentales, incluidos los del vecino 104.