Juan Torres López. El País
{mosimage}Muchos economistas venimos reclamando en los últimos años medidas para disminuir las cada vez mayores diferencias salariales que se dan en las empresas. No es una idea novedosa porque se sabe desde hace mucho tiempo que esa brecha resulta muy negativa si es demasiado grande. El conocido gurú de las organizaciones Peter F. Drucker afirmaba que en la empresa se mina la moral y se genera un resentimiento muy negativo cuando los salarios más altos son más de 20 veces mayores que los más bajos, y el Premio Nobel de Economía Jan Tinbergen decía que la empresa y la sociedad en su conjunto se resienten a partir de una brecha salarial de cinco a uno.
Es muy cierto que eso ocurriría pero solo si las diferencias fuesen ya bastante estrechas y los salarios de arriba no muy altos, algo que no es lo que ocurre ni mucho menos en la realidad. Dos investigadores de la Harvard Business School y de la Universidad de Chulalongkorn acaban de publicar un trabajo con resultados muy significativos sobre este asunto.
En Estados Unidos, la brecha salarial real entre lo que cobra el directivo mejor pagado de una empresa (12.259.894 dólares) y el trabajador medio (34.645 dólares) es de de 354 a uno. Pero cuando se pregunta a la población estadounidense que cuál cree que es esa diferencia responde que 30, y cuando se le pide que diga cuál debería ser a su juicio la brecha ideal dice que de 6,7 a uno, es decir 53 veces más baja que la que existe en realidad.
España es el cuarto país, de los 40 estudiados, con mayor brecha salarial en el interior de la empresa, 127 a uno. Pero la población española cree que es mucho menor (8,5 a uno) y considera que lo ideal sería que fuese de tres a uno, esto es, 42,3 veces más baja que la real.
Dos cosas están claras entonces. La primera, que en España la gente no tiene ni idea de lo que ganan los que perciben las retribuciones más elevadas. La segunda, que si lo supieran los españoles serían partidarios de que se recorten por arriba esos ingresos porque los consideran desproporcionados.
Ganaríamos al tener más justicia social, empresas más eficaces y mayor empuje de la demanda en favor de las actividades que crean empleo.