Francisco Morote Costa
{mosimage}En la era de los derechos humanos no hay nada más inhumano que la pobreza, sobre todo, la llamada pobreza extrema. Está asociada al hambre, a la indefensión frente a las enfermedades, a las carencias materiales de lo más elemental. Al sufrimiento y la desesperanza. A la migración imposible, que muchas veces desemboca en tragedias, a veces conocidas, otras muchas veces ignoradas.
Sólo desde las visiones torcidas de la aporofobia, de la aversión y el miedo hacia los pobres, se les puede inculpar y así justificar el infierno en el que viven. No puede sostenerse por más tiempo la contradicción entre unos derechos humanos proclamados y reconocidos universalmente y una realidad despiadada que los desmiente.
Por congruencia la ONU, donde en 1948 los derechos humanos fueron objeto de una solemne Declaración, debería, en el período comprendido entre 2015, fecha convenida para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio y 2018, setenta aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, declarar ilegal la pobreza, del mismo modo que el progreso material y moral de la humanidad llevó en los siglos XVIII y XIX a la abolición de la servidumbre de la gleba y en el XIX a la prohibición de la esclavitud.