Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
{mosimage}Los medios de comunicación nos traen informaciones de toda condición y temática, de todo el mundo y a todas horas. Incluso si la gran mayoría de los receptores no tenemos a nuestro alcance más que “consumir” ese inacabable flujo de datos y versiones sobre la realidad actual, sería conveniente que, en lo posible, hiciéramos buena “digestión” de ello.
Como espectadores, oyentes o lectores tenemos, gracias a la actitud crítica, la capacidad de discriminar lo que nos enseñan, cuentan y trascriben. La conciencia crítica es una herramienta contra la manipulación que cualquier ser humano puede usar porque forma parte de nuestra condición racional. A través del aprendizaje y la comparación se puede entender de los asuntos que se divulgan y se pueden tomar criterios de juicio y valoración sobre ellos. Pero no de cualquier manera y en toda circunstancia: las actividades racionales tienen sus condiciones y sus límites.
Contra las presunciones del racionalismo clásico, las interacciones intelectuales, emocionales y conductuales de los seres humanos suelen estar muy lejos de una conciencia plena de las situaciones y de una práctica en coherencia con nuestros pretendidos fines. En primer lugar, porque el conocimiento suficiente y relevante no suele acompañar nuestra toma de medidas. La certidumbre, esa situación de capacitación solvente para la toma de decisiones pertinentes, suele ser la excepción.
Dados los intereses en juego y la complejidad de las cuestiones, en el análisis de las problemáticas más relevantes en general y en las políticas, en particular, lo que se dan, sobremanera, son escenarios de riesgo y de incertidumbre. El riesgo puede conducir al error; la incertidumbre puede impedir que salgamos de él.
En segundo término, la inteligencia y la sensibilidad no actúan en “el aire”: tanto las situaciones sociales, como las particulares, limitan el alcance de la comprensión y centran, arbitrariamente, los focos de atención a la hora de conocer, decidir y actuar. Y así, habitualmente, no se logra salir en los diagnósticos de las lógicas particularistas.
Finalmente, la inserción cultural en sistemas de creencias poco consistentes, notablemente fragmentarias y altamente manipulables, hacen muy difícil que las consideraciones que se efectúan, las decisiones que se toman y las acciones que se llevan a cabo sean suficientemente certeras, óptimas y objetivas.
El principio de racionalidad es mínimo, el conocimiento sobre las situaciones, escaso y el control sobre las circunstancias que nos determinan, muy liviano. Y eso es lo que, muy a menudo, se observa: a pesar de la teórica prevalencia de los Derechos Humanos en la acción del conjunto de los Estados y de las instituciones internacionales; de la Responsabilidad Social Corporativa de las grandes empresas; de las Constituciones políticas y las legislaciones sociales; de la racionalidad y la buena voluntad de la condición humana, este momento histórico, el de la Globalización, está resultando muy cuestionable en ejemplaridad ética, en eficacia social y en sostenibilidad ecológica.
Con todo, aunque las luces son limitadas y los ambientes aparecen nebulosos, esas son nuestras guías. Y, personalmente, podemos hacer mucho para alimentarlas y evitar perdernos en las sombras, ganando en autonomía, autorrealización y autoestima. Además, siempre está ahí la posibilidad cierta de juntar con los demás nuestras capacidades, certidumbres y ánimos para crear auténticos faros humanitarios de conocimiento, solidaridad y amor.
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