Salvador Suárez Martín. Miembro del Colectivo Voces Transversales
{mosimage}Unos se quejan del bipartidismo, otros de los pactos de gobierno y cada uno puede tener sus argumentos, aunque sea más extraño cuando justamente algunos se quejan de las dos cosas, pero el panorama que se nos acerca parece estar decidido. Se acabaron las fáciles mayorías absolutas y se aproxima una época de pactos.
Será una prueba para nuestra democracia; para todos, para la ciudadanía y para los partidos. Para la ciudadanía porque deberá entender que es su voto el que creará ese mosaico y posibilitará una realidad que sólo podrá ser gestionada mediante acuerdos y diálogo. En cuanto a los partidos sería difícil saber qué criterios tomará cada uno, pero será un panorama complicado, estrategias, ideologías, realidades locales, respeto al voto de su electorado…
Seguramente muchos de los gobiernos a todos los niveles, estarán formados por frágiles alianzas o apoyos puntuales. Hay que entenderlo y perder el miedo al debate o a los acuerdos. Seguramente esto debería traer cambios en nuestra forma de entender el sistema, pasar de un resultado electoral que podía dar una mayoría a un solo partido para aplicar su programa sin discusión, a un panorama donde serán necesarios mayores consensos y negociaciones para poder crear y aplicar una medida o propuesta. Muchos partidos llamados minoritarios serán piezas claves en instituciones siendo tanto o más responsables de las políticas que se apliquen, pudiendo frenar o suavizar muchas, o responsables directos por la inacción de que se ejecuten otras, por lo que las posturas más extremas serán difícilmente sostenibles.
Las declaraciones contundentes serán difíciles de mantener y aquellos que vierten duros comentarios sobre otros partidos tendrán difícil luego argumentar los cambios en esa postura. Esto debería beneficiar al discurso en sí, que tendrá que ir más encaminado a defender posturas programáticas e ideológicas. Las listas deberán estar formadas por personas que sean capaces de negociar, dialogar y crear con otros partidos porque si no, difícilmente se podrán llevar adelante las iniciativas.
Esta multitud de partidos representados influirá a partidos grandes y pequeños, a los primeros porque les obligará a tomar en consideración a los otros, a elegir muy bien a sus aliados y a abrir sus discursos. A los partidos con menor representación por su parte, les obligará a ser muy cuidadosos con sus propuestas y posturas, ya que su participación o no en gobiernos les puede hacer responsables de qué programa se aplique o qué ideología lidere una institución, es decir, si por razones electoralistas o de principios se quedan al margen de un pacto y termina gobernando un partido completamente opuesto a su ideología, tendrán que asumir su parte de culpa, por ejemplo.
Serán difíciles algunas alianzas. Por ejemplo un pacto a nivel nacional Partido Popular con Partido Socialista sería incomprensible y mandaría a este último a una situación insostenible y en las siguientes elecciones a quedarse fuera de la realidad.
Seguramente muchos de esos acuerdos no funcionarán, pero habrá que adaptarse. Pasaremos de una sociedad que elegía uno u otro a un resultado cargado de diferentes opciones ,reflejo, quizá, más real de una sociedad más compleja en la que nos toca vivir. El hecho de votar será también más complejo. No sólo pensaremos qué programa nos gusta más, sino cuales serán los posibles acuerdos y alianzas posteriores. En este sentido, quizá los partidos deberían definirse más, no en con quien van a pactar, pero sí en qué puntos de sus programas son más irrenunciables y cuáles menos. Es decir, no que nos digan “voy a pactar sólo con los partidos x” pero sí un “por mucho que negocie, no renunciaré a estos u otros puntos”.
La propuesta de la segunda vuelta electoral o la de que gobierne el más votado, más allá de otras fórmulas, sólo son intentos de no afrontar una realidad compuesta de múltiples sensibilidades, de una sociedad con más opiniones, en pro de una uniformidad que no representa igualdad ni justicia; es buscar la comodidad en lugar de la representatividad. Si nuestra sociedad está compuesta de una ciudadanía con múltiples visiones, afrontémoslo y aprovechémoslo, aunque sea más difíci. Si hemos de lograr grandes mayorías, que sea por ideas y programas, no por fórmulas electorales pensadas para alterar la realidad. Una democracia que no represente la verdadera cara de su ciudadanía se acerca a una dictadura y tan antidemocrático sería no dejar que se presenten todos como crear un sistema donde se favorezca a algunos. Pensemos en un ayuntamiento donde se presentan diez partidos y el setenta por ciento es de posturas progresistas, pero gobernará finalmente un partido conservador por tener el treinta por ciento de los votos. Esto no sería reflejo de la voluntad popular. Nii tampoco lo sería un sistema de doble vuelta que dejaría a los partidos pequeños sin capacidad de negociar propuestas o medidas. En cambio, pactar obliga a los partidos a buscar acuerdos. El problema podría llegar cuando esos acuerdos no están basados en el concenso, sino en otros intereses, pero allí es donde la ciudadanía debe estar atenta, vigilante y llegado el momento, castigar o premiar con su apoyo. Pero que un partido no cumpla sus promesas o que base sus decisiones en intereses particulares puede pasar en todos los sistemas y no es un producto del ejercicio de llegar a acuerdos de gobierno.
En definitiva, vamos a pasar de un modelo con dos grandes bloques mayoritarios a un panorama más complejo. El intento de proponer la segunda vuelta o el acceso al gobierno directamente del más votado sólo ayudaría a evitar que los partidos tengan que sentarse a negociar y que un partido que sólo convence a una pequeña parte de la ciudadanía obtenga el gobierno de todos, sin tener que negociar con otros sectores. Nunca llegará a representar la realidad de una sociedad menos polarizada, más diversa y con más matices.