{mosimage}{mosimage}Audio de la entrevista
El destino, que según la letra de una canción de Joaquín Sabina dedicada a «El Dioni» no es sexualmente fiable, quiso que nuestras vidas se cruzaran durante unos tres años. Él fue el Concejál-Revelación de un mandato muy polémico en el que Santa Cruz se convirtió formalmente en una “Gran Ciudad” y en un contexto de vacas gordas, “España va bien” según decía un señor con bigotito y acento tejano ocasional que hablaba catalán en la intimidad, se institucionalizó la “barra libre” en el Ayuntamiento de Santa Cruz y nos llenamos de asesores y personal eventual.
Quiso el destino que una de mis obligaciones en aquel momento como Delegado de Prevención fuera velar por la seguridad de los trabajadores municipales y, muy concretamente, por los que prestaban sus servicios en la sede de la C/ General Antequera, y en esa lucha tuve que acudir a la Inspección Provincial de Trabajo a presentar más de una denuncia. También quiso el mismo destino que el Concejal al que me refería en el párrafo anterior tuviese delegadas las competencias en Recursos Humanos y Hacienda.
A mí aquél Concejal me parecía una persona recta. Venía precedido de un aura de profesionalidad y buen hacer, había dejado un buen recuerdo entre muchos técnicos municipales que fueron alumnos suyos en la Facultad de Derecho. Quizás su principal error fue dejarse aconsejar en exclusiva por un par de conocidos tiralevitas de conveniencia y enrocarse tras ellos y sus palmaditas y en la espalda. Un político sin un poquito de vanidad es como un jardín sin flores, tal vez por eso se atrincheró en la segunda planta y comenzó a percibir la realidad solamente a través de las “antenas” de su Servicio de Inteligencia, su GESTAPO personal.
Pero también quiso el destino que tras una remodelación que se hizo en la planta baja, el cuadro de maniobra eléctrico de toda esa planta quedó confinado en el despacho de un Jefe de Sección. Si eso sucede en cualquier negocio abierto al público, el Ayuntamiento le hubiera denegado la licencia de apertura, pero recordemos que en esa época había barra libre administrativa. También quiso el destino que la puerta de aquel despacho, que siempre tendría que estar abierta para acceder al cuadro eléctrico, un viernes quedó cerrada. Eso provocó que toda la iluminación de la planta baja quedase conectada durante el fin de semana. La madrugada del lunes siguiente fue testigo del último incendio en esa sede.
Muchos años después, el Concejal a quién me refiero, en un artículo de opinión publicado en el extinto “Blogo Feroz”, bajo el título de “¿Estás Imputado?” se desahogaba escribiendo conatos de pensamientos tan profundos como este “Aparte de estar convencido de que alguno de aquellos sindicalistas era un auténtico delincuente que se dedicaba a provocar incendios y que difícilmente iba a ser alguna vez imputado por ello, lo cierto es que esa sospecha no podía exteriorizarla públicamente, pues sólo tenía eso, una simple sospecha”.
Lo malo es que esa sospecha la estaba exteriorizando con el agravante de publicidad. Yo también tenía muchas “simples sospechas” sobre él y sus culichichis y muchas de ellas se confirmaron con el tiempo. Otras las sigo teniendo porque tampoco tengo las pruebas materiales, por eso me las callo o las comparto de la misma forma en que Aznar habla el catalán. Lo cierto es que aquél Concejal, con esas ocurrencias “incendiarias”, intentaba razonar lo inexplicable al borde de la cobardía literaria. Él sabía que si daba más pelos y señales en su novela de política-ficción se encontraría de bruces con la querella de su vida, por eso se conformó con pretender justificar con una novela barata que cualquiera podría estar imputado pese a la rectitud de su comportamiento. Estar imputado no era nada malo. Ay.
Ahora yo le pregunto ¿Estás condenado?. Pues sí, ahora lo estás. Tampoco pasa nada, sr exconcejal. La prevaricación sale casi gratis en este país y la mayoría de sus súbditos no sabe ni lo que significa. Estar condenado a ocho años de inhabilitación especial por el Tribunal Supremo además le da un marchamo de buen hacer a todo un Catedrático de Derecho Tributario y Financiero, y es algo que o no está al alcance de cualquiera.
Además, a estas alturas de la película ya casi nadie recuerda cómo el nombre “Hermanos García Cabrera” quedó asociado para la posteridad con un delito al que ya no se puede adornar con la palabra “presunto”. Algo habría que hacer para lavar esta afrenta.
Me quedaré con las ganas de saber qué pasaba por aquella privilegiada cabeza, que mientras intentaba llevarse el Ayuntamiento a Ofra, también quería traer al Parque Bulevar la recaudación ejecutiva que estaba, precisamente, en Ofra. Parecía que le molestase que dos sedes administrativas estuvieran juntas. Tabién me quedaré sin saber cómo pensaba «realojar» en la sede de Ofra a todos los trabajadores de la calle General Antequera, pues la sede de ofra sólo tiene en el conjunto de sus tres plantas algo más de la mitad de la superficie de la de General Antequera, con cinco plantas. Este es un dato que cualquiera podía conocer desde el momento cero de la genial ocurrencia. Pero tal vez le falló el Servicio de Inteligencia de su guardia pretoriana.
Una condena, sobre todo si es tan “barata”, tampoco significa gran cosa, no es más que “otra raya para un tigre”. Eso sí, su recuerdo político, ya marchito, quedará asociado para la posteridad con haber sido el Concejal-Revelación del Alcalde que más suerte ha tenido con la lotería. Pero eso es harina de otro «talego».