Juan Torres López. Público
{mosimage}Las movilizaciones que se habían venido produciendo en los últimos años ponían de relieve que en España había rechazo hacia lo que estaba pasando y que millones de personas estábamos suficientemente indignadas como para reaccionar. Pero las últimas elecciones europeas han ido mucho más allá, al poner claramente de manifiesto que esa reacción no va a diluirse como los de arriba esperaban, sino que es mucho más que probable que lleve directamente a un cambio sustancial en las instituciones y el gobierno en España.
Ahora hace tres años que Vicenç Navarro y yo, con la colaboración de Alberto Garzón, dábamos a la imprenta un libro que primero no se quiso publicar y que luego se convirtió en un auténtico fenómeno viral en la red: Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar en España (puede descargarse pinchando aquí).
En él tratamos de explicar de la manera más clara posible por qué había ocurrido lo que nos estaba ocurriendo y qué se podía hacer para salir de la situación en la que estábamos, y en la que realmente seguimos estando.
En el prólogo, Noam Chomsky señalaba que se está produciendo una concentración cada vez mayor del poder y la riqueza pero que eso no se debía “a leyes de la naturaleza o a leyes económicas o a otras fuerzas impersonales, sino al resultado de decisiones específicas dentro de estructuras institucionales que los favorecen” y que eso seguiría ocurriendo mientras que esas decisiones y planes no se reviertan “mediante acción y movilizaciones populares con compromisos dedicados a programas que abarquen desde remedios factibles a corto plazo hasta otras propuestas a más largo plazo que cuestionen la autoridad ilegítima y las instituciones opresivas entre las que reside el poder”.
Escribimos ese libro porque teníamos la convicción de que era ya imprescindible ofrecer ese tipo de propuestas, pero en la situación en que estamos ahora lo es incluso mucho más. Y por eso creo que es importante recordar algunas de nuestras conclusiones, cuando los movimientos sociales y las fuerzas políticas se plantean (o se deben plantear) elaborar programas concretos de actuación y de gobierno.
En primer lugar decíamos que lo más importante es poner la economía al servicio de las personas, lo que, entre otras, cosas obliga a evaluar antes de tomar una medida económica a quién va a beneficiar y en qué medida, y dar la posibilidad a la gente para que se pronuncie sobre si, a la vista de ello, quiere que se adopte o no. También a impedir que un grupo social concreto tenga la posibilidad de imponer sus intereses a los demás sin que medie un método democrático de deliberación y decisión. Y, sobre todo, a rechazar cualquier asignación de los recursos que implique la desprotección de seres humanos, su empobrecimiento y su exclusión, así como toda decisión económica que quite a los que tienen menos para dar a quienes tienen más y de sobra.
También concluíamos señalando algo fundamental: la crisis que vivimos es el resultado de un fenómeno viejo pero que se ha exagerado en los últimos tiempos de las economías capitalistas, el desarrollo de la producción y el consumo como si dispusieran para sí de recursos inagotables. Por tanto, decíamos que sería imposible salir de la crisis si no aprendemos a medir y a dar valor de otro modo a las cosas que necesitamos, utilizando otros indicadores y variables para gobernar la vida económica y tomar decisiones. Y, sobre todo si no avanzamos hacia otra economía basada en la producción de los bienes que necesitemos ajustándonos no sólo, como ahora, a la escasez de recursos valorables monetariamente sino también a la de todos aquellos que nos proporciona la naturaleza o que no se valoran en dinero. Y escribíamos que las alternativas a la crisis pasan por romper también este cascarón de fantasía consumista y de individualidad en el que están encerrados millones de personas para generar nuevos valores que nos permitan avanzar desde la actual centralidad del dinero, el comercio, la ganancia, la competición y el cálculo hacia la cooperación y el afecto, hacia la justicia y el amor o hacia el placer de sentirse satisfecho con mucho menos pero en realidad con mucho más de lo que ahora tenemos.
En el libro proponíamos multitud de medidas concretas, “remedios factibles a corto plazo”, como pedía Chomsky en el Prólogo, pero advirtiendo que ninguno de ellos puede entenderse como un fin en sí mismo sino como una forma de resolver lo inmediato pero también y al mismo tiempo de construir a medio y largo plazo una sociedad diferente. Y terminábamos señalando que todas ellas serían posibles si iban de la mano de una nueva sociedad de contrapoderes en las plazas, como estaba ocurriendo cuando escribíamos el libro, pero también en los centros de trabajo, en los barrios y también en la vida personal y diaria, en donde tan a menudo esta sociedad reproduce la esclavitud y la discriminación, por ejemplo, en el caso de las mujeres.
Hemos avanzado bastante desde que el libro salió a la calle e inundó la red pero ahora todavía queda por delante una tarea gigantesca: convertir los buenos deseos en programas de acción concretos, claros y realistas pero al mismo tiempo capaces también de abrir brechas y rupturas profundas en el sistema que produce y reproduce constantemente los males que se quieren combatir.
Con inteligencia y sin sectarismo intelectual, abriendo los debates en la mayor medida posible y con generosidad y autocrítica constantes, tengo la seguridad de que podrá elaborarse el necesario programa de actuaciones concretas que regeneren nuestra economía abriendo paso a un horizonte realmente transformador, democrático y humanamente satisfactorio.