Ana Sagaseta y Pancho Sánchez
{mosimage}Esto de Podemos me recuerda a Cipriano. Si hombre, a Cipriano el vitola, el que tenía una carpintería en el barrio de San José. Pues este buen hombre a eso de las seis, o seis y algo de la tarde solía cerrar su carpintería y esperar en la puerta a su amigo Antonio para ir a tomar café. Antonio siempre llegaba con la misma cantinela: “Oiga Cipriano, mire a ver su hijo, se pasa mucho tiempo en la calle”. “Déjelo que él sabe lo que hace” -contestaba Cipriano- “y si no, ya tomaremos medidas”.
Mientras pronunciaba estas últimas palabras se daba unos golpecitos en la espalda con una vara que asomaba una cuarta por encima de su hombro izquierdo. Esta vara era una vitola que solía llevar consigo Cipriano cuando daba paseos cortos, generalmente del taller al cafetín y de vuelta a casa. La vitola la usaba Cipriano para medir la altura del marco de las puertas, 2’30, algo superior a lo normal, ya que él era de la opinión que las puertas mejor grandes, para que así nadie tenga que agacharse, ni siquiera un hombre cargado, decía. La vitola era una herramienta práctica e infalible, en palabras de Cipriano “exacta como un reloj suizo”.
Pasado el tiempo, Ernesto, el hijo de Cipriano se hizo ingeniero, y colaboró con su padre en mantener el taller de carpintería abierto hasta que de mutuo acuerdo decidieron cerrarlo. Luego, durante algunos años quedó sólo para trabajillos domésticos.
Nunca se supo ni se sabrá el motivo que guió la formación de Ernesto, tanto la educativa reglada como la personal o humana. Si fue el aprendizaje de la calle o influyó sustancialmente “la vitola”. O las dos cosas, o ninguna de ellas. Igual ni siquiera Ernesto lo sabría. A mi entender, digo yo sin querer afirmar nada, que en su formación integral fueron factores decisivos la referencia de un entorno familiar estable, la confianza que en Ernesto depositaban sus padres y que él percibía. Y sobre todo, el sentirse querido y valorado por ellos.
El dejar hacer y la rígida vitola -a voz de pronto- son dos elementos o aspectos bien diferenciados, incluso pudieran interpretarse como antagónicos o incompatibles. Aunque mirados de otra forma pueden resultar ser dos elementos inseparables, como eso de las dos caras de una misma moneda. Y digo esto relacionándolo con las diferencias de planteamientos que existen en las organizaciones sociales, especialmente en las de carácter político. Diferencias que son inevitables -y más aún- necesarias e incluso saludables para aquellas organizaciones que llevan la democracia a la práctica cotidiana de su vida política.
El problema que genera esta situación de convivencia crítica en una determinada organización (diversos planteamientos políticos, matices ideológicos, métodos, etc.), o mejor dicho, el conflicto que se origina por estas formas democráticas de organización y convivencia (que subyace, y se manifiesta de maneras diferentes) más que ocultarlo o eliminarlo, hay que saberlo gestionar. Gestionarlo bien para sacarle provecho. ¿Cómo? Pues viéndolo desde una perspectiva distinta. No como un condicionante sino como un recurso favorable. Ponerlo en valor como se dice ahora. O sea, pasarlo del Debe al Haber. En la idea-guía que en el conflicto está la vida, y que la diversidad y el entrelazamiento son la base de la riqueza natural y social.
Y es que este conflicto, el de la coexistencia en una misma organización de diferentes opciones, es parte consustancial de las organizaciones políticas. Aunque tengan una ideología común o filosofías afines. Ocultar, negar o cercenar esta realidad es intentar actuar contra el fluir natural de las cosas. Una solución equivocada por la que optan organizaciones no democráticas.
Por tanto, y por la parte que toca a todos los que son partidarios de que el disenso forma parte indisociable de la democracia, habrá que hacer una buena gestión de esas diferencias, ahí está la clave de la pluralidad y convivencia democrática. Nada fácil, ya que resulta complicado dimensionar esas diferencias. Para eso, aún no se han fabricado vitolas infalibles. Complicado e imprescindible, y es que si no adquirimos esa habilidad puede suceder que las diferencias hagan inoperativa la vida democrática. Que la nave quede permanentemente a la deriva.
Tal vez para el hijo de Cipriano, el andar durante su vida temprana entre la calle y el orden familiar fue el camino que de forma involuntaria, irregular y en cierta forma sensata eligió Ernesto. Elección que le dio buenos resultados, y mejor aún, un buen procedimiento de aprendizaje y actuación. Conocer el mundo en que se vive para saber qué camino tomar.
Podemos hacerlo, gestionar las diferencias, discernir, avanzar. Claro que Podemos. Compatibilizando democracia y operatividad.
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Ana Sagaseta de Ilurdoz Parada (Integrante del Círculo Podemos-Santa Brígida).
Pancho Sánchez Lao ( Integrante del Círculo Podemos-Las Palmas de Gran Canaria).