SB-Noticias.- Aurora González es una mujer maravillosa y ejemplar, que a sus 71 años ha querido recordar a todos aquellos que ya no están y que, junto con ella, lucharon para defender la playa de Las Teresitas de la urbanización. Recuerda cómo esta lucha empezó a finales de los años 80, coincidiendo con la Presidencia de las islas del palmero Fernando Fernández. Su testimonio hoy, cuando otras muchas personas persiguen la misma causa, resulta especialmente emocionante. “Habíamos tantos que no queríamos sino salvar el pedacito de tierra…”, dice, recordando a sus compañeros de entonces.
“La lucha empezó…estaba Fernando Fernández de Presidente de Canarias”, cuenta Aurora González haciendo memoria. “Hicimos una manifestación, yo era medianamente joven. Había muchas criaturas que iban a la playa a recuperarse de accidentes porque la playa les ofrecía aquella tranquilidad, aquella belleza, aquel clima tan bueno que teníamos…porque hasta el clima parece que lo han trabucado…”, comenta amorosa y pausadamente.
El propósito que mueve a esta mujer a volver 20 años atrás en el tiempo es el recordar a sus amigos, a todos aquellos que, como ella, defendieron a ultranza la virginidad y belleza de un paisaje que, hasta entonces, había permanecido intacto, lejos de intereses especulativos. “Me acuerdo de todos ellos y digo: ¡Dios mio!, la mitad o más han perecido ya…Había tanta gente allí que pedía de rodillas, ¡de rodillas!, ¡por favor, no urbanicen la playa!”
“Nosotros no sabíamos nada de problemas jurídicos, ni si se vendía bien o compraban mal, ni de corrupción ni nada…Éramos un puñado de gente que quería que la playa fuera agradable para todos…”, aclara Aurora, a cuyo juicio, todo lo que se ha urbanizado se ha convertido en algo “de muy mal gusto”. “Estoy asustada…Pensé que los canarios teníamos un poquito de mejor gusto y un poquito de cariño a las cosas de nuestros antepasados”, lamenta esta mujer, conocedora de estampas y paisajes hoy totalmente transformados.
Entiende que la responsabilidad última corresponde a los gobernantes de las islas. “Unos gobiernos nacionalistas…”, comenta despectivamente, “y tanto amor al nacionalismo y a lo nuestro…¿Y qué hacemos con lo nuestro? Patadas y patearlo y destrozarlo y acabar con él y no tenemos respeto ni a los antepasados, que bastante lucharon por esta tierra, y bastante la amaron…”, dice decepcionada. Esto le trae a la memoria a su abuelo, de quien dice que amaba tanto esta tierra, “que sólo una piedra de Tenerife encontraba bonita y bella, y una sóla la quería…”.
Lamenta que ahora “sea todo romper, y romper y romper…”. Recuerda ahora a su amigo Luis, ya fallecido, “que tanto luchó por la playa, y la alegría que le daba entrar en aquel mar…un mar que han llenado de basura, y que no han cuidado para que esté limpio como estaba”, cuenta, sin perder un tono amoroso, en el que no se aprecia nunca rencor; tristeza, si acaso.
“Hasta los extranjeros me decían: Por favor, siñora, por favor…el gobernadore que no quite, que no quite…”, comenta recordando divertida ahora, imitando la pronunciación extranjera. “Ahora va uno por allí”, continua con un tono más grave, “y se le cae a uno el alma”. Asegura que quienes han defendido esta playa no han tenido más que traición. “Tuvimos amenazas, en la misma Plataforma nos traicionaron; tuvimos que marcharnos…”. “Habíamos tantos que no queríamos sino salvar el pedacito de tierra. No somos ni personas de leyes ni de letras. No nos movía más que el amor por aquel pedacito de tierra”.
No oculta su extrañeza cuando se refiere a la actitud del pueblo de San Andrés. “Yo pensé que el pueblo se volcaría por conservar su pesca,…”, explica. Recuerda al cura de este pueblo de Santa Cruz, del que dice que les “maltrataba como a perros”. “Nos decía que íbamos a ir al infierno, porque no queríamos puestos de trabajo para los canarios. Unas cosas más raras…”, confiesa llanamente. “Pero si sólo queremos salvar el fisquito de tierra”, insiste.
Totalmente en contra del proyecto realizado para la playa, dice: “Por mucho Perrault que venga, por mucho personaje que venga de Francia, jamás conocerá el corazón sencillo y amoroso de los canarios”. Explica que los canarios no quieren allí “ferruje”, “lo que queremos es soledad, tranquilidad, limpieza…nada más que unos cuartitos de baño y unas duchas como Dios manda, y dos o tres quiosquitos decentes, como nos gusta al pueblo”, planifica aleccionando a reconocidos extranjeros.
“¿Por qué vamos a romper tanta belleza? ¿Dónde está toda esa gente que tanto lloró por esa playa, que tanto sufría? ¿Qué ha pasado? ¿Se han muerto todos?” Cuenta que cuando se vieron obligados por presiones y “serias amenazas” a abandonar la Plataforma en defensa de Las Teresitas, dejaron esta labor en manos del Partido Socialista, “que nos había acompañado en las manifestaciones”. Afirma que entonces existía una división de bandos en este partido acerca de este tema. “Uno que hacía oídos sordos a las reclamaciones del pueblo y que apoyaba lo que quería hacer Zerolo y sus secuaces. Otro bando luchaba contra éste, para que la playa no dejara de ser del pueblo”.
Concluye su emocionante relato con la misma petición e intención con que lo comenzó. “Quiero que la gente sepa que se ha muerto gente llorando por esa playa…Que esa playa es el único rinconcito que tiene Santa Cruz. No por poner unos adoquines en la calle somos mejores…Hay que dejar el espíritu canario, porque lo están matando, aniquilando. ¿Por qué maltratar tanta belleza? ¿Qué daño les ha hecho ser tan bello…?”.